jueves, 26 de febrero de 2015

Josefina Plá





              Déjame ser

      Deja llevarme mi última aventura.
      Déjame ser mi propio testimonio,
      Y dar fe de mi propia
      Desmemoria.
      Déjame diseñar mi último rostro,
      Apretar en mi oído los pasos de la lluvia
      Borrándome el adiós definitivo.
      Déjame naufragar asida
      A un paisaje, una nube,
      Al vuelo humilde de un gorrión,
      A un brote renaciente,
      O siquiera al relámpago
      Que abra en dos mi último cielo.
      Sujétame los brazos.
      Engrilla mis tobillos,
      Empareda mis párpados.
      Pero tatuada una flor en la pupila,
      Crucificada un alba debajo de la frente,
      Acurrucado un beso en la raíz de la lengua,
      Déjame ser mi propio testimonio.


              Desde cuándo

      ¿Desde cuándo marchabas a mi lado,
      Desde cuándo tus pasos?
      ¿Desde cuándo, en la noche, aproximándose,
      Ocultos tras de cada latido? ¿Desde cuándo?
      ¿Desde cuándo, en la noche, por los valles sin nombre,
      Rastreando mi angustia?
      Y tras de cada puerta abriéndose, y de cada
      Recodo el camino, ¿desde cuándo?
      ¿Desde cuándo tus sienes en las salvias
      Del reposo tranquilo?
      ¿Desde cuándo tus brazos en los cálidos ramos
      Del viril eucalipto, bajo las siestas altas?
      ¿Y desde cuándo el pedregal desnudo;
      Desde cuándo el desierto irredimible?
      ¿Desde cuándo la brasa los párpados;
      Esta sed, desde cuándo?
      ¿Desde cuándo este siempre irrevocable;
      Esta muerte creciendo, desde cuándo?
         
      




Josefina Plá nace en la Isla de Lobos (Fuerteventura) un 9 de noviembre de 1903. El azar quiso que su padre, un torrero de faros procedente de Alicante, fuese destinado a las Islas Canarias. Habiendo nacido en Fuerteventura, es bautizada en la iglesia parroquial de Femés e inscrita en el registro civil del municipio de Yaiza (Lanzarote).
Son los años de infancia los que vinculan a Josefina Plá con el paisaje canario, pues, en 1908 la familia deja definitivamente las islas para vivir en la Península, escenario en el que transcurre parte de su niñez y su adolescencia.
De nuevo, otro golpe de azar hará que abandone la Península para trasladarse al corazón de América. Esta vez la cita con el destino será sentimental, pues en Alicante conocerá al que será su esposo, el ceramista paraguayo Andrés Campos Cervera -"Julián de la Herrería-. De esta manera, llega a Paraguay en 1927.

Jorge Luis Borges




A un gato


No son más silenciosos los espejos
Ni más furtiva el alba aventurera;
Eres, bajo la luna, esa pantera
Que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
Divino, te buscamos vanamente;
Más remoto que el Ganges y el poniente,
Tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
Caricia de mi mano.
Has admitido,
Desde esa eternidad que ya es olvido,
El amor de la mano recelosa,
En otro tiempo estás.
Eres el dueño
De un ámbito cerrado como un sueño

*****

Las cosas

El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora.¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.

*****

Lo perdido

¿Dónde estará mi vida, la que pudo
haber sido y no fue, la venturosa
o la de triste horror, esa otra cosa
que pudo ser la espada o el escudo
y que no fue? ¿Dónde estará el perdido
antepasado persa o el noruego,
Dónde el azar de no quedarme ciego,
Dónde el ancla y el mar, dónde el olvido
De ser quien soy? ¿Dónde estará la pura
noche que al rudo labrador confía
el iletrado y el laborioso día,
según lo quiere la literatura?
Pienso también en esa compañera
que me esperaba, y que tal vez me espera.

*****

Everness

Sólo una cosa no hay. Es el olvido
Dios, que salva el metal, salva la escoria
Y cifra en su profética memoria
Las lunas que serán y las que han sido.
Ya todo está. Los miles de reflejos
Que entre los dos crepúsculos del día
Tu rostro fue dejando en los espejos
Y los que irá dejando todavía.
Y todo es una parte del diverso
Cristal de esa memoria, el universo;
No tienen fin sus arduos corredores
Y las puertas se cierran a tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
Verás los arquetipos y esplendores.

*****

Fin de año

Ni el pormenor simbólico
De reemplazar un tres por un dos
Ni esa metáfora baldía
Que convoca un lapso que muere y otro que surge
Ni el cumplimiento de un proceso astronómico
Aturden y socavan
La altiplanicie de esta noche
Y nos obligan a esperar
Las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
Es la sospecha general y borrosa
Del enigma del tiempo;
es el asombro ante el milagro
De que a despecho de infinitos azares,
De que a despecho de que somos
Las gotas del río de Heráclito,
Perdure algo en nosotros:
Inmóvil

*****

Mi vida entera

Aquí otra vez, los labios memorables, único y
semejante a vosotros.
Soy esa torpe intensidad que es un alma.
He persistido en la aproximación de la dicha y
en la privanza del pesar.
He atravesado el mar.
He conocido muchas tierras; he visto una mujer
Y dos o tres hombres.
He querido a una niña altiva y blanca y de una
Hispánica quietud.
He visto un arrabal infinito donde se cumple una
Insaciada inmortalidad de ponientes.
He paladeado numerosas palabras.
Creo profundamente que eso es todo y que ni veré
Ni ejecutaré cosas nuevas.
Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en
Pobre y en riqueza a las de Dios y a las
De todos los hombres.

*****

Ni siquiera soy polvo

No quiero ser quien soy. La avara suerte
Me ha deparado el siglo diecisiete,
El polvo y la rutina de Castilla,
las cosas repetidas, la mañana
Que, prometiendo el hoy, nos da la víspera,
La plática del cura y del barbero,
La soledad que va dejando el tiempo
Y una vaga sobrina analfabeta.
Soy hombre entrado en años. Una página
casual me reveló no usadas voces
que me buscan, Amadís y Urganda.
Vendí mis tierras y compré los libros
Que historian cabalmente las empresas:
El Grial, que recogió la sangre humana
que el hijo derramó para salvarnos,
El ídolo de oro de Mahoma,
Los hierros, las almenas, las banderas
Y las operaciones de la magia.
Cristianos caballeros recorrían
Los reinos de la tierra, vindicando
El honor ultrajado o imponiendo
justicia con los filos de la espada.
Quiera Dios que un enviado restituya
A nuestro tiempo ese ejercicio noble.
Mis sueños lo divisan. Lo he sentido
A veces en mi triste carne célibe.
No sé aún su nombre. Yo, Quijano,
seré ese paladín. Seré mi sueño.
En esta vieja casa hay una adarga
antigua y una hoja de Toledo
Y una lanza y los libros verdaderos
Que a mi brazo prometen la victoria.
¿A mi brazo? Mi cara (que no visto)
No proyecta una cara en el espejo.
Ni siquiera soy polvo. Soy un sueño
Que entreteje en el sueño y la vigilia
Mi hermano y padre, el capitán Cervantes,
Que militó en los mares de Lepanto
Y supo unos latines y algo de árabe ...
Para que yo pueda soñar al otro
Cuya verde memoria será parte
De los días del hombre, te suplico:
Mi Dios, mi soñador, sigue soñándome.

*****









Gioconda Belli



No me arrepiento de anda

Desde la mujer que soy
a veces me da por contemplar
aquellas que pude haber sido;
las mujeres primorosas,
hacendosas, buenas esposas,
dechado de virtudes,
que deseara mi madre.
No sé por qué la vida entera
Odio sus amenazas en mi cuerpo.
La culpa que sus vidas impecables,
 por extraño maleficio,
me inspiran.
Reniego de sus buenos oficios;
de los llantos a escondidas del esposo,
del pudor de su desnudez
bajo la planchada y almidonada ropa interior.
Estas mujeres, sin embargo,
me miran desde el interior de los espejos,
levantan su dedo acusador
y, a veces, cedo a sus miradas de reproche
y quiero ganarme la aceptación universal,
ser la "niña buena", la "mujer decente"
la Gioconda irreprochable.
Sacarme diez en conducta
con el partido, el estado, las amistades,
mi familia, mis hijos y todos los demás seres
que abundantes pueblan este mundo nuestro.
 En esta contradicción inevitable
entre lo que debió haber sido y lo que es,
he librado numerosas batallas mortales,
batallas a mordiscos de ellas contra mí
-ellas habitando en mí queriendo ser yo misma-
transgrediendo maternos mandamientos,
desgarro adolorida y a trompicones
a las mujeres internas
que, desde la infancia, me retuercen los ojos
porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños,
porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable,
que se enamora como alma en pena
de causas justas, hombres hermosos,
y palabras juguetonas.
Porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada,
e hice el amor sobre escritorios
-en horas de oficina-
y rompí lazos inviolables
y me atreví a gozar
el cuerpo sano y sinuoso
con que los genes de todos mis ancestros
me dotaron.
No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones.
No me arrepiento de nada, como dijo la Edith Piaf.
Pero en los pozos oscuros en que me hundo,
cuando, en las mañanas, no más abrir los ojos,
siento las lágrimas pujando;
veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo,
blandiendo condenas contra mi felicidad.
Impertérritas niñas buenas me circundan
y danzan sus canciones infantiles contra mí
contra esta mujer
hecha y derecha,
plena.
Esta mujer de pechos en pecho
y caderas anchas
que, por mi madre y contra ella,
me gusta ser.







Alex Courant




En horas de oficina...


Es un deseo irrefrenable y puro,
un recluso que a diario se amotina,
un animal que nada lo domina,
un embeleso, un mágico conjuro. 

¿Será que sólo soy cabeciduro?
Pues desespero en horas de oficina
y ni el cigarro ni la cafeína
me pueden despojar de tal apuro

¿También siente tu cuerpo un fuerte sismo?
¿Igual lo quema una candente brasa?
¿Igual lo zarandea un cruel espasmo?

¿Te ocurrirá, te pasará lo mismo?
Un ansia loca por llegar a casa
para hacer el amor hasta el hartazgo